jueves, 31 de julio de 2008

2 - Cinco minutos


16:55h.


Los niños de entre 3 y 5 años juegan en el patio del colegio, esperando el momento en el que vean abrirse la puerta de acceso y sus padres vayan entrando a buscarlos. Pedro, con 4 años, no juega. Está sentado en la parte alta de un columpio de hierro en forma de U invertida. Mira fijamente a la puerta.




El padre de Pedro acelera en la avenida que conduce a su barrio, pero enseguida tiene que frenar de nuevo. Normalmente esas son horas de atasco, pero hoy le parece más pronunciado que nunca. Mira el reloj. Las 16:56. Normalmente en cuatro minutos llegaría sin problema al colegio. Ya vería dónde dejaba el coche. El atasco está por todas partes. Delante, un mar de coches cruzados colapsa su semáforo en verde. Detrás, por el retrovisor, ve como los vehículos se van acumulando, uniéndose a la procesión de gente desesperada con el claxon pegado a las manos. Lo que no ve es al hombre que, sentado en su asiento trasero, con un traje verde oscuro y corbata roja, sonríe pensando que la situación no puede serle más propicia.




16:57h.


Pedro mira fijamente a la puerta. Siempre le ha parecido curioso cómo el resto de sus amigos juegan entre los niños de babi rojo que hacen fila cada día junto a la salida del colegio, sin hacerles caso, como si no existieran. Pero no era la primera vez que algo así le sucedía, en el cole, en casa, en la playa... Y si algo había aprendido era a no preguntar. Al final, o se reían de él (los niños) o pasaban completamente del tema (los adultos). No lo entendía, pero lo asumía. Hoy no le apetecía hablar con ellos. Otras veces lo había hecho, y eran muy simpáticos. No querían jugar, porque guardaban fila escrupulosamente, esperando a sus padres. Y tenían que llegar los primeros, porque en cuanto se abría la puerta, ya no estaban. Eso eran padres responsables, y no como el suyo. "Mi padre siempre llega tarde". "Mi padre es un desastre en casa, y conmigo".




Oye claramente la voz de Pedro sentado en su silla en el asiento de atrás. - Mi padre siempre llega tarde. -. Sobresaltado pisa el freno hasta el fondo y gira rápidamente el cuerpo y la cabeza mientras se quita el cinturón de seguridad. En la silla del Pedro, como era de esperar, no está el niño. Era imposible. Pero lo había oído tan claro.... El claxon del coche que casi choca con él al frenar le hace volver en si, metiendo primera y continuando su avance a través de un tráfico ya más fluido. "Son las 17:58", piensa. "Llego... llego...". La sonrisa del hombre del traje verde se agranda por momentos, convirtiéndose cada vez más en una maligna e inquietante mueca. Sin dejar de sonreír, su boca comienza a abrirse para hablar con una voz que no corresponde con su cuerpo de adulto. -Mi padre es un desastre en casa, y conmigo.-. Esta vez no hay frenazo. Pero si mirada atrás. Sí volante suelto. Sí cinturón desabrochado. Sí autobús arrastrando el coche hasta aplastarlo contra la pared del edificio situado a su izquierda.


16:59h.


Un hombre con traje verde se acerca junto al columpio donde está Pedro. No lo ha visto llegar, y no es un profesor del colegio, pero parece conocerlo, porque se acerca directamente a él, sentándose a su lado. Pero no le ha visto subir al columpio. Antes estaba abajo y ahora arriba. La boca del hombre se acerca al oído de Pedro, susurrándole. - No le esperes. Lo tengo yo. -. Pedro permanece inmóvil. Siente el fétido aliento de ese ser, no cree que sea un hombre, junto a su nuca, y piensa que, si gira la cabeza, la cara que verá será la de un ser desagradable y horrible, como el que ve muchas noches junto a su cama. Y no lo quiere ver ahora. - No lo volverás a ver. Ni su cuerpo, ni su espíritu. Sólo quería que supieras que lo tengo yo. Que lo tengas en cuenta cuando, dentro de 12 años venga a buscarte. Se que lo recordarás. -. Pedro tiembla, pero no de miedo. Sabe que el ser ya no está junto a él. Tiembla porque, a pesar de su edad, es consciente de que jamás olvidará esas palabras. Tiembla porque son las 17:00h. Tiembla porque ve abrirse las puertas del colegio. Tiembla porque ve entrar a los padres. Tiembla porque sabe que su padre no va a entrar. Y empieza a llorar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esta historia me ha hecho llorar.pero es muy bonita.sigue escribiendola.

Anónimo dijo...

No sé, ésta no me ha creado la misma sensación que la otra; ¿demasiado previsible...?